Mucho se ha escrito sobre las secuelas mentales que las películas de la factoria Disney han dejado en los más tiernos cerebros. Todos hemos sufrido el shock traumático Bambi, así que no hay que dar más explicaciones sobre este tema.
Hay un algo sádico en estos dibujitos, hasta las películas más cómicas tienen la habilidad de tocar ese punto de angustiosa sensibilidad que tenemos oculto en nuestro cerebro...¿o es en el corazón?.
La trilogia de Toy Story es buenísima en todos los aspectos, me parecen unas películas muy divertidas, pero detrás de la explosión de color se esconde el monstruo de la duda absurda que es muy dañino.
-¿Realmente tienen vida los juguetes?. ¿Se sienten alegres o desgraciados?.¿Será esto algo más que una leyenda urbana?.
-¡Pero que tonteria!, ¡Vaya pensamiento absurdo!.
Esto es lo que pasa por nuestra mente en décimas de segundo después de ver alguna de estas películas.
Después sin proponernoslo empezamos a preguntarnos que habrá sido de esos juguetes que un buen día sin darnos cuenta desaparecieron, por un momento odiamos a nuestras madres" porque no hay que olvidar que las madres tienen la culpa de todo" (frase hecha, no te odio mamá, es ironía... pero ¿donde fue a parar el cine Exin?). Y por último terminamos buscando esas cajas donde guardamos a los más importantes, los juguetes especiales y sentimos un gran alivio al comprobar que siguen ahí con sus ingenuos nombres revueltos como siempre.
Las hermanas Pirluina y Pirulina.
Polito y Conejín, las mascotas de la corte de Noviaprincesa.
Y los cerditos sextillizos y Chiquitina que perdió el pelo y ahora usa gorritos de encaje.
Pero los efectos de sufrir el sindrome Toy Story no son solo estos, al transtorno psicológico que provoca la visión de estas películas hay que sumarle el desgaste físico que supone volver a guardar los juguetes intentando que recuperen su color original...
... Bueno, aquí lo dejo que tengo a Nenuca en remojo.